lunes, 1 de agosto de 2011

Hablar solas

Últimamente siento una mano más fría que la otra. La pregunta es ¿Por qué?
Creo tener la respuesta: hoy ha comenzado el otoño. Y trajo recuerdos. Mientras froto mis manos para darles más calor adviene una revelación: de mi familia pertenezco a la tercera generación de mujeres que camina arrastrando los pies. Mi abuela lo ha hecho, mi madre también. Pero eso no es todo: descubrí que además desarrollé ese don extraño del que sólo mi abuela y mi madre habían dado pruebas genuinas de poseerlo; el don de hablar en voz alta, estando sola.
Me descubrí hace unos días hablándole a la radio, comentando, acotando, riéndome con ella. En un instante todo cobró para mí el mayor significado: con que así se siente, eh. Fue simplemente eso, una frase dicha en voz alta que confirmaba un desconocido presente; después todo pensamiento se verbalizó en la soledad de lo cotidiano.
Muchas veces había hecho la prueba (indicios, prácticas o entrenamientos previos a este nuevo estado de ser que ahora me reclamaba): espiaba a mi madre en sus momentos de habladuría solitaria. Si ella llegaba a percibir mi presencia,  su conversación con los objetos perdía sentido.
Viene otra imagen: mi abuela tejiendo y hablando sola (¿o le hablaba a la lana, o a las agujas?) Ahora que lo pienso bien tal vez por ello mi abuela tejió esos patines de lana. Muy dentro suyo intuía que tarde o temprano arrastraríamos los pies. Pero para mí esos objetos antes que ser herramientas para desplazarse evitando el contacto con el piso de madera, eran diversión. Yo me deslizaba, reía.
Y ahora me veo hablando sola, frotando mis manos y diciendo en voz alta “llegó el otoño”. ¿A quién le hablo?
Entonces me doy cuenta de que todavía estoy acá aguardando una respuesta. Mi madre y mi abuela también están acá, esperando en algún lugar de estos recuerdos.
¿Hablamos solas, en nuestros encierros? ¿Por qué dejar la palabra así, derrocharla al silencio?...  ¿Le hablamos a los objetos?, y si tuviéramos un auditorio de carne y hueso… ¿qué les diríamos?
Me senté a escribir. Pensé en un momento darle un sostén a todas esas charlas solitarias de mi abuela y de mi madre con los objetos. Pensé en escribir todo lo que podrían haber dicho, pero no… Bastó el gesto de hablar para poder desencadenar la escritura.
Ahora ya no hay abuela ni madre, somos las tres escribiendo.
Hablando solas, preguntándonos qué es lo que ha cambiado.


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